miércoles, 21 de julio de 2010

Sobre la entrega en el arte


Creamos y respondemos desde ese maravilloso lugar vacío que se genera cuando nos entregamos. Pero la mayoría de nosotros pensamos que el vacío da un miedo terrible. Nos llenamos de toda clase de estímulos, nos mantenemos ocupados para evitar la desagradable sensación, las náuseas que nos invaden al enfrentarnos con nuestro propio vacío.
Cuando enfrentamos nuestro vacío y lo miramos desde afuera, por cierto puede parecer temible o alarmante, pero cuando entramos en él y realmente nos vaciamos, nos sorprende sentirnos de pronto más poderosos y efectivos. Porque sólo si estamos vacíos, sin entretenimientos ni diálogo interno que nos distraiga, podremos responder instantáneamente a la imagen, al sonido, a la sensación del trabajo que tenemos frente a nosotros.
Abandonamos toda imagen que podamos tener de nosotros mismos, incluyendo cualquier concepto que tengamos sobre el arte, la espiritualidad o la creatividad. Pensar conscientemente que estamos haciendo arte espiritual no es tan distinto de hacer arte por el dinero o por la fama. Toda vez que realizamos una actividad para lograr un resultado, aunque se trate de un fin elevado, noble o admirable, no estamos totalmente en esa actividad. Esa es la lección que aprendemos al ver desaparecer a un niño en su juego. Hundirnos en el instrumento, sumergirnos en el oficio de actor o instrumentista, en el micromomento, en lo que sentimos al mover el dedo sobre el instrumento, olvidar la mente, olvidar el cuerpo, olvidar por qué lo hacemos y quién está allí, es la esencia del oficio y la esencia de hacer nuestro trabajo como arte. En la medida en que podamos vaciarnos de esa manera podremos ser artistas espirituales. La entrega incondicional llega cuando me doy cuenta por completo, no con el cerebro sino con los huesos, de que esto que mi vida o mi arte me ha dado es mas grande que mis manos, mas grande que cualquier comprensión consciente que pueda tener de ello, mas grande que cualquier capacidad que sea solamente mia.
Un monje le pregunto a Yun-Men, el gran maestro chino de Zen del siglo IX:”¿Cómo es cuando el arbol se seca y sus hojas caen?”. ¿Cómo es cuando uno tiene las manos vacias y esta desnudo, cuando no tiene nada a que aferrarse, cuando todo en lo que podia confiar se desmorona? Yun-Men respondio: “Todo el cuerpo esta expuesto al viento dorado”. Yun-Men le esta diciendo al estudiante que ese estado abierto y vulnerable de la mente no tiene porque ser de miedo o desvalimiento; cuando uno se entrega en el gran vacio tal vez se encuentra mejor equipado que nunca para estar y actuar a tono con el universo.

(Del libro Free Play)